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Los días de un madrileño por la capital de Libia

Archivar para el mes “marzo, 2013”

60 ppm

        Las pulsaciones por minuto (ppm) que tiene una persona suelen utilizarse como indicador de la buena o mala forma física del individuo en cuestión. No son determinantes, pero si permiten hacerse una idea de su salud, y también de sus hábitos: es deportista (pulsaciones más bajas de lo habitual, porque el corazón está fuerte), es sedentario (pulsaciones altas incluso estando en reposo) o termino medio. Esto de las pulsaciones, que suele sonarnos a chino al común de los mortales, se entiende mucho más fácil si pensamos en las revoluciones del motor de un coche: nosotros funcionamos igual, nuestro corazón es el motor, y se moverá a más o menos revoluciones según la capacidad del mismo y la intensidad de la actividad. Así que esos bonitos y sofisticados pulsómetros que ahora están de moda no son otra cosa que un cuentarrevoluciones como el del coche, pero para personas. Las pulsaciones bajas indican dos cosas: o que la intensidad de la actividad es muy baja, o que el corazón/motor de la persona está muy fuerte y tiene mucha capacidad.

        Pero esto no sólo es aplicable a máquinas y personas, también sirve para las ciudades y países en que vivimos. Al fin y al cabo, estamos hablando de intensidades, de ritmos. Las ciudades tienen también su propio ritmo de vida, su régimen de revoluciones o pulsaciones, como queráis llamarlo. Y según son más desarrolladas, suelen funcionar a más revoluciones. Madrid, Londres o New York son ciudades en las que el estrés, las prisas y la actividad incesante son marca de la casa, así que podríamos decir que funcionan con altas -cada vez más- pulsaciones. Luego, tú, como residente de una de ellas, puedes funcionar a su mismo ritmo, más rápido o más despacio, según seas capaz de adaptarte a ello…o de imponer el tuyo propio, lo que es aún más difícil. No es  sencillo lidiar con esto, ni siquiera creo que se le preste mucha atención, y sin embargo es un aspecto muy importante de cualquier lugar al que vas a vivir: el ritmo de vida condiciona por completo la identidad de una ciudad que, sin él, no es más que un decorado al que dejas de prestar atención tan pronto como te hayas acostumbrado a verle, y a verte en él.

         ¿Y cómo anda Trípoli de régimen de revoluciones? Pues, visto lo visto,  bastante bajo. ¿Y por qué? Pues muy sencillo, por poca actividad. La gente vive muy tranquila y la vida transcurre sin prisa ninguna. No se ve a nadie caminar rápido; a los únicos que he visto correr por la calle son a algunos rezagados que llegan tarde a la mezquita a la hora del rezo (por cierto, esto de correr para ir a rezar, está mal visto). En las tiendas, te atienden con toda la calma del mundo. Si hay que hacer cola en los comercios del mercado, no verás una cara de impaciencia. No existe el llegar tarde: uno procura llegar a la hora acordada pero cuando llegue, ha llegado, sin alterar lo más mínimo su conducta para tratar de ser puntual. En la medina -mercado árabe tradicional, siempre formado por caóticas callejuelas- tampoco se ven síntomas de prisa ninguna, haya o no agobio de gente. En un restaurante, el camarero se mueve ágil, pero ni mucho menos a la velocidad que lo hacen en los bares españoles, donde la actividad del personal es muchas veces una auténtica locura. Al pagar en un comercio, hay ocasiones que son tan lentos para darte las vueltas que no sabes muy bien si te las van a dar o no…y no pretenden engañarte, es sólo que están a sus cosas, y no tienen prisa ninguna. En los ministerios o sedes de organizaciones, más de lo mismo: calma total. Hay un transporte medio-público, unas furgonetas llamadas ruba-ruba, que cruzan la ciudad y van cogiendo y dejando gente por  los puntos intermedios de su camino (tarifa única: 0,5 dinares libios): nadie se estresa ni impacienta si cada ruba-ruba que pasa va lleno, nadie desespera y decide hacer el camino andando (seguramente llegaría antes), da igual, uno espera, tranquilamente. Ya llegará uno con sitios libres, inshalá.

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        Supongo que el calor (cuando llegue, de momento sigue haciendo “frío”), la casi nula oferta de ocio, la falta de trabajo, y el escaso desarrollo del país (no solo en infraestructuras -escasas, ineficientes y obsoletas- sino también en procedimientos/gestiones de cualquier tipo) son las causas que explican un ritmo de vida lento. Un ritmo de vida que la población se resigna a aceptar, y que incluso parecen disfrutar… ¿Y por qué no iban a disfrutarlo? ¿Quién soy yo para decir que el ritmo de vida de Madrid es mejor? A mí, personalmente, no me gusta vivir tan despacio como en Libia, pero si vives aquí, te tienes que adaptar a ello, porque pretender vivir más rápido no te va a llevar a ninguna parte salvo a la frustración.

        Hace unos días, iba con Mustafa en el coche, hablando de esto. Él es el traductor de la oficina, aunque hace muchas más cosas, entre ellas, relaciones públicas, un trabajo que se le da realmente bien y que en países como Libia es esencial. Yo le contaba mis impresiones sobre el ritmo de vida libio, esta calma que solo se saltan en sus airadas maneras de discutir, o al volante, momento en el que sí corren, incluso aunque vayan a ninguna parte (uno de los pasatiempos de la población local en Trípoli es dar vueltas y más vueltas por la ciudad en coche o moto). Al final, entre inocentes risas de ver al iluso extranjero totalmente equivocado, Mustafa me contestó que al hablar de las pulsaciones de Trípoli, con 60 por minuto es más que suficiente, y esas son las que muchos de nosotros tenemos cuando estamos sentados, quietos, sin más….

        Al final, resulta que el Caribe y el norte de África tienen algo en común: la vida a 60 ppm. Menudo invento esto de los pulsómetros.

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