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Los días de un madrileño por la capital de Libia

Archivar para el mes “enero, 2013”

Palabra del imprescindible actor secundario

Me recogieron el 28 de diciembre de 2012, a medio día. Y me devolvieron el 2 de enero del recién estrenado 2013. Han sido «sólo» 6 días en los que he cumplido a la perfección con lo que se esperaba de mí, de manera que aunque he resultado imprescindible, en ningún momento he asumido un protagonismo que nadie -y lo entiendo- me desea, pues suele ser sinónimo de malas noticias.

Todo fue bien, según lo previsto por quien se ha ocupado de pensar, organizar y planificar. Esa persona que, además de disfrutar, inevitablemente se ha tenido que enfrentar a las dudas y la inseguridad que generan el tener que elegir por alguien más que por uno mismo…no está de más recordar ahora que sus decisiones fueron todas un acierto y que mucha culpa de que fuera un viaje estupendo fue de esa persona que, además de planificar todo, luego ocupó el lugar de copiloto durante el viaje, preguntando una y otra vez -sin perder nunca su dulzura ni amabilidad- a las gentes del lugar cuando la ruta no estaba clara, bajándose a por agua cada vez que hacía falta o repitiendo con infinita paciencia el nombre del lugar donde nos dirigíamos…por citar solo algunas de las cosas que tuve oportunidad de observar en esos días.

El punto de partida fue Túnez capital, en el noreste del país, desde donde fuimos hasta el suroeste, de allí al sureste, y, más o menos por la costa, hasta el punto inicial, como pintando un triángulo. Aunque tenía apuntado el dato exacto, al final nadie reparó en preguntarme, pero según lo que contabilicé hasta el penúltimo día, en total fueron unos 1.800 kms. Agradezco que fuéramos poco a poco, sin prisa pero sin pausa en lugar de estar haciendo tremendos esfuerzos desde el minuto 1, porque aunque hubiera respondido con nota -pues soy joven y fuerte- a nadie le resulta agradable ir con la lengua fuera nada más empezar.

La ruta que seguimos dio para mucho, y muy variado. Hemos pasado por pequeños pueblos con encanto, como el de Kairouan, con su famosa mezquita, su medina, sus calles de casas envejecidas y su suelo adoquinado.También hemos visitado -de camino a los oasis de Chebika y Tamaghza- unos decorados abandonados entre dunas que son el recuerdo del rodaje de una de las películas de Star Wars y, posiblemente, el lugar con más encanto del viaje: las dunas del Sáhara donde se rodaron algunas escenas de El Paciente Inglés.

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Hemos recorrido carreteras de todos los tipos, desde autovías hasta solitarias carreteras locales de rectas infinitas, pasando con soltura por el caótico centro de pueblos y ciudades donde nos miraban con curiosidad pero sin sorpresa. En esas carreteras locales nos hemos cruzado con camellos que pastaban a su aire, con paisanos montados en un carro de madera tirado por un burro o con las míticas Mobylette, esas pequeñas y bonitas motos que se mueven con gran agilidad dentro de una población y que transforman su marcha en la del penitente paso de un caracol cuando cambia el terreno de juego y nos vemos las caras afuera, en una carretera.

Hemos atravesado un lago de sal, y también hemos hecho un montón de kilómetros por desiertos, de tierra y de arena; en todos ellos hemos parado a sentir esa sensación de estar literalmente en medio de la nada, y en todos hemos comprobado como el sol que por la mañana ciega, calienta agradablemente al mediodía y se hace echar de menos cuando le pierdes definitivamente de vista a eso de las 6 p.m, obligando a los compañeros de viaje a recurrir a ese abrigo que todos traían pensando que no le darían mucho uso (evidentemente, en unos meses esta versión del comportamiento del astro cambiará bastante y dará un calor difícil de aguantar).

Los oasis que hemos visitado cumplen con la leyenda de ser palmerales que surgen en medio de la nada, por los que corre el agua, hace fresco, hay mucho verde y hasta se puede sembrar y cultivar, aunque el exceso de ambición que suele acompañar al turismo los está llenando de una artificialidad que, de seguir así, los convertirá en sitios a evitar…triste paradoja.

Cuando ha entrado el hambre, sin problema ninguno nos hemos parado en uno de esos pequeños restaurantes a un lado de la carretera, compuestos de una construcción austera y una improvisada parrilla a pie del asfalto en la que se va haciendo la carne para los comensales que toman asiendo dentro y sin perder un minuto comienzan a picotear pan y dar buena cuenta de la harissa y el humus.

También ha tocado hacer esfuerzos, porque este país no es todo llanura, tiene montañas (no muy altas, eso es cierto) y hemos subido por esas carreteras que van dibujando curvas mientras te llevan hasta el punto más alto para terminar regalándote unas vistas estupendas de algún valle o pequeño cañón.

Y así, sin darnos cuenta, hemos ido exprimiendo cada jornada de viaje hasta volver al punto de pártida, donde realmente empieza la digestión de todo lo vivido estos días y donde ponemos un punto y aparte: todos regresan al trabajo con la esperanza de tardar poco en volver a largarse por ahí a conocer nuevos lugares; y yo, que no he dejado de trabajar en ningún momento, regreso con la esperanza de cruzarme pronto con personas como ellos, que no me castiguen con una gran ciudad y me lleven de viaje, que ya tendré tiempo de pasear tranquilamente por las calles cuando sea mayor.

Firmado:

El Volkswagen Passat que ha llevado a Javi, Naima, Antonio, Celia y Lucas a recorrer Túnez en las navidades de 2012.

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