tiritiTripoli

Los días de un madrileño por la capital de Libia

Colorín colorado…

Es complicado encontrar las palabras para definir nuestra estancia en Libia. Ya llevo tiempo dándole vueltas, y después de intentarlo mucho, he decidido que no lo pienso más. Es inútil, no doy con ellas. He empezado hablando en plural, igual que en la primera entrada, porque hasta aquí ha llegado la aventura por el norte de África para ambos, mi compañero Antonio  (“El Chacho”) y yo.

En Libia, un ambiente más bien tenso y una situación general bastante complicada hicieron que saliéramos unos días de allí para ver las cosas con cierta distancia. Esos días al final han sido unas semanas, y han llevado a la conclusión de que podemos aportar más en otros lugares…que también nos pueden aportar mucho más a nosotros, así que no volveremos a Trípoli, sino que ponemos rumbo a otros países.

Por tanto, hasta aquí llega “tiritiTrípoli”. La verdad que el blog ha salido justo al contrario de lo que pretendía… Quería escribir con mucha frecuencia, siempre sobre una imagen, y con poco texto. En lugar de esto, apenas he llegado a escribir dos entradas por mes,  las fotos se ven muy pequeñas y he escrito unos textos tirando a eternos…al final, la vida en Libia no daba para mucho más.

En cualquier caso, me ha gustado mucho escribir este blog, principalmente, por los que habéis tenido la paciencia de dedicarle un rato a leer algún día. Hace mucha ilusión recibir los comentarios de quien te escribe desde España, y me ha encantado ver el mapa de las visitas y acordarse de los compañeros que tengo en cada país. Pensaba que ni siquiera se enterarían de que estás líneas dedicadas a Trípoli existían y al final, hay visitas de 35 países;  que no son más ni menos de los que me imaginé porque sencillamente esto es algo que no me había planteado, y que será una cifra insignificante en el mundo de los blogs o de internet, pero para mí ha sido una agradable sorpresa ver el blog circular por el mundo.

blog map

Al final, el paso por Libia ha sido positivo, sin ninguna duda. No ha sido fácil, pero ha sido positivo. Sin embargo, hay otro país que ha sido muy importante en este tiempo: el vecino Túnez. Es un país muy interesante, desde luego, y me ha encantado, pero sobre todo, los que lo ha hecho especial han sido Javi y Naima; son el mejor recuerdo de estos meses, y siempre estaré en deuda con ellos.

Si nada falla, esta entrada se habrá publicado el 10 de abril a las 12:10 a.m, día y hora a la que yo debería estar sentado en un avión, despegando hacia mi nuevo destino, a punto de “cruzar el charco” por primera vez en mi vida.

Ya veré si me animo con un blog nuevo. No tengo ni idea de si seguiré escribiendo, la verdad. Así que, por si desde Panamá no me vuelvo a poner con esto, a todos los que os hayáis asomado por tiritiTrípoli alguna vez, daros las gracias, y deciros que ha sido un verdadero placer.

60 ppm

        Las pulsaciones por minuto (ppm) que tiene una persona suelen utilizarse como indicador de la buena o mala forma física del individuo en cuestión. No son determinantes, pero si permiten hacerse una idea de su salud, y también de sus hábitos: es deportista (pulsaciones más bajas de lo habitual, porque el corazón está fuerte), es sedentario (pulsaciones altas incluso estando en reposo) o termino medio. Esto de las pulsaciones, que suele sonarnos a chino al común de los mortales, se entiende mucho más fácil si pensamos en las revoluciones del motor de un coche: nosotros funcionamos igual, nuestro corazón es el motor, y se moverá a más o menos revoluciones según la capacidad del mismo y la intensidad de la actividad. Así que esos bonitos y sofisticados pulsómetros que ahora están de moda no son otra cosa que un cuentarrevoluciones como el del coche, pero para personas. Las pulsaciones bajas indican dos cosas: o que la intensidad de la actividad es muy baja, o que el corazón/motor de la persona está muy fuerte y tiene mucha capacidad.

        Pero esto no sólo es aplicable a máquinas y personas, también sirve para las ciudades y países en que vivimos. Al fin y al cabo, estamos hablando de intensidades, de ritmos. Las ciudades tienen también su propio ritmo de vida, su régimen de revoluciones o pulsaciones, como queráis llamarlo. Y según son más desarrolladas, suelen funcionar a más revoluciones. Madrid, Londres o New York son ciudades en las que el estrés, las prisas y la actividad incesante son marca de la casa, así que podríamos decir que funcionan con altas -cada vez más- pulsaciones. Luego, tú, como residente de una de ellas, puedes funcionar a su mismo ritmo, más rápido o más despacio, según seas capaz de adaptarte a ello…o de imponer el tuyo propio, lo que es aún más difícil. No es  sencillo lidiar con esto, ni siquiera creo que se le preste mucha atención, y sin embargo es un aspecto muy importante de cualquier lugar al que vas a vivir: el ritmo de vida condiciona por completo la identidad de una ciudad que, sin él, no es más que un decorado al que dejas de prestar atención tan pronto como te hayas acostumbrado a verle, y a verte en él.

         ¿Y cómo anda Trípoli de régimen de revoluciones? Pues, visto lo visto,  bastante bajo. ¿Y por qué? Pues muy sencillo, por poca actividad. La gente vive muy tranquila y la vida transcurre sin prisa ninguna. No se ve a nadie caminar rápido; a los únicos que he visto correr por la calle son a algunos rezagados que llegan tarde a la mezquita a la hora del rezo (por cierto, esto de correr para ir a rezar, está mal visto). En las tiendas, te atienden con toda la calma del mundo. Si hay que hacer cola en los comercios del mercado, no verás una cara de impaciencia. No existe el llegar tarde: uno procura llegar a la hora acordada pero cuando llegue, ha llegado, sin alterar lo más mínimo su conducta para tratar de ser puntual. En la medina -mercado árabe tradicional, siempre formado por caóticas callejuelas- tampoco se ven síntomas de prisa ninguna, haya o no agobio de gente. En un restaurante, el camarero se mueve ágil, pero ni mucho menos a la velocidad que lo hacen en los bares españoles, donde la actividad del personal es muchas veces una auténtica locura. Al pagar en un comercio, hay ocasiones que son tan lentos para darte las vueltas que no sabes muy bien si te las van a dar o no…y no pretenden engañarte, es sólo que están a sus cosas, y no tienen prisa ninguna. En los ministerios o sedes de organizaciones, más de lo mismo: calma total. Hay un transporte medio-público, unas furgonetas llamadas ruba-ruba, que cruzan la ciudad y van cogiendo y dejando gente por  los puntos intermedios de su camino (tarifa única: 0,5 dinares libios): nadie se estresa ni impacienta si cada ruba-ruba que pasa va lleno, nadie desespera y decide hacer el camino andando (seguramente llegaría antes), da igual, uno espera, tranquilamente. Ya llegará uno con sitios libres, inshalá.

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        Supongo que el calor (cuando llegue, de momento sigue haciendo “frío”), la casi nula oferta de ocio, la falta de trabajo, y el escaso desarrollo del país (no solo en infraestructuras -escasas, ineficientes y obsoletas- sino también en procedimientos/gestiones de cualquier tipo) son las causas que explican un ritmo de vida lento. Un ritmo de vida que la población se resigna a aceptar, y que incluso parecen disfrutar… ¿Y por qué no iban a disfrutarlo? ¿Quién soy yo para decir que el ritmo de vida de Madrid es mejor? A mí, personalmente, no me gusta vivir tan despacio como en Libia, pero si vives aquí, te tienes que adaptar a ello, porque pretender vivir más rápido no te va a llevar a ninguna parte salvo a la frustración.

        Hace unos días, iba con Mustafa en el coche, hablando de esto. Él es el traductor de la oficina, aunque hace muchas más cosas, entre ellas, relaciones públicas, un trabajo que se le da realmente bien y que en países como Libia es esencial. Yo le contaba mis impresiones sobre el ritmo de vida libio, esta calma que solo se saltan en sus airadas maneras de discutir, o al volante, momento en el que sí corren, incluso aunque vayan a ninguna parte (uno de los pasatiempos de la población local en Trípoli es dar vueltas y más vueltas por la ciudad en coche o moto). Al final, entre inocentes risas de ver al iluso extranjero totalmente equivocado, Mustafa me contestó que al hablar de las pulsaciones de Trípoli, con 60 por minuto es más que suficiente, y esas son las que muchos de nosotros tenemos cuando estamos sentados, quietos, sin más….

        Al final, resulta que el Caribe y el norte de África tienen algo en común: la vida a 60 ppm. Menudo invento esto de los pulsómetros.

Palabra del imprescindible actor secundario

Me recogieron el 28 de diciembre de 2012, a medio día. Y me devolvieron el 2 de enero del recién estrenado 2013. Han sido «sólo» 6 días en los que he cumplido a la perfección con lo que se esperaba de mí, de manera que aunque he resultado imprescindible, en ningún momento he asumido un protagonismo que nadie -y lo entiendo- me desea, pues suele ser sinónimo de malas noticias.

Todo fue bien, según lo previsto por quien se ha ocupado de pensar, organizar y planificar. Esa persona que, además de disfrutar, inevitablemente se ha tenido que enfrentar a las dudas y la inseguridad que generan el tener que elegir por alguien más que por uno mismo…no está de más recordar ahora que sus decisiones fueron todas un acierto y que mucha culpa de que fuera un viaje estupendo fue de esa persona que, además de planificar todo, luego ocupó el lugar de copiloto durante el viaje, preguntando una y otra vez -sin perder nunca su dulzura ni amabilidad- a las gentes del lugar cuando la ruta no estaba clara, bajándose a por agua cada vez que hacía falta o repitiendo con infinita paciencia el nombre del lugar donde nos dirigíamos…por citar solo algunas de las cosas que tuve oportunidad de observar en esos días.

El punto de partida fue Túnez capital, en el noreste del país, desde donde fuimos hasta el suroeste, de allí al sureste, y, más o menos por la costa, hasta el punto inicial, como pintando un triángulo. Aunque tenía apuntado el dato exacto, al final nadie reparó en preguntarme, pero según lo que contabilicé hasta el penúltimo día, en total fueron unos 1.800 kms. Agradezco que fuéramos poco a poco, sin prisa pero sin pausa en lugar de estar haciendo tremendos esfuerzos desde el minuto 1, porque aunque hubiera respondido con nota -pues soy joven y fuerte- a nadie le resulta agradable ir con la lengua fuera nada más empezar.

La ruta que seguimos dio para mucho, y muy variado. Hemos pasado por pequeños pueblos con encanto, como el de Kairouan, con su famosa mezquita, su medina, sus calles de casas envejecidas y su suelo adoquinado.También hemos visitado -de camino a los oasis de Chebika y Tamaghza- unos decorados abandonados entre dunas que son el recuerdo del rodaje de una de las películas de Star Wars y, posiblemente, el lugar con más encanto del viaje: las dunas del Sáhara donde se rodaron algunas escenas de El Paciente Inglés.

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Hemos recorrido carreteras de todos los tipos, desde autovías hasta solitarias carreteras locales de rectas infinitas, pasando con soltura por el caótico centro de pueblos y ciudades donde nos miraban con curiosidad pero sin sorpresa. En esas carreteras locales nos hemos cruzado con camellos que pastaban a su aire, con paisanos montados en un carro de madera tirado por un burro o con las míticas Mobylette, esas pequeñas y bonitas motos que se mueven con gran agilidad dentro de una población y que transforman su marcha en la del penitente paso de un caracol cuando cambia el terreno de juego y nos vemos las caras afuera, en una carretera.

Hemos atravesado un lago de sal, y también hemos hecho un montón de kilómetros por desiertos, de tierra y de arena; en todos ellos hemos parado a sentir esa sensación de estar literalmente en medio de la nada, y en todos hemos comprobado como el sol que por la mañana ciega, calienta agradablemente al mediodía y se hace echar de menos cuando le pierdes definitivamente de vista a eso de las 6 p.m, obligando a los compañeros de viaje a recurrir a ese abrigo que todos traían pensando que no le darían mucho uso (evidentemente, en unos meses esta versión del comportamiento del astro cambiará bastante y dará un calor difícil de aguantar).

Los oasis que hemos visitado cumplen con la leyenda de ser palmerales que surgen en medio de la nada, por los que corre el agua, hace fresco, hay mucho verde y hasta se puede sembrar y cultivar, aunque el exceso de ambición que suele acompañar al turismo los está llenando de una artificialidad que, de seguir así, los convertirá en sitios a evitar…triste paradoja.

Cuando ha entrado el hambre, sin problema ninguno nos hemos parado en uno de esos pequeños restaurantes a un lado de la carretera, compuestos de una construcción austera y una improvisada parrilla a pie del asfalto en la que se va haciendo la carne para los comensales que toman asiendo dentro y sin perder un minuto comienzan a picotear pan y dar buena cuenta de la harissa y el humus.

También ha tocado hacer esfuerzos, porque este país no es todo llanura, tiene montañas (no muy altas, eso es cierto) y hemos subido por esas carreteras que van dibujando curvas mientras te llevan hasta el punto más alto para terminar regalándote unas vistas estupendas de algún valle o pequeño cañón.

Y así, sin darnos cuenta, hemos ido exprimiendo cada jornada de viaje hasta volver al punto de pártida, donde realmente empieza la digestión de todo lo vivido estos días y donde ponemos un punto y aparte: todos regresan al trabajo con la esperanza de tardar poco en volver a largarse por ahí a conocer nuevos lugares; y yo, que no he dejado de trabajar en ningún momento, regreso con la esperanza de cruzarme pronto con personas como ellos, que no me castiguen con una gran ciudad y me lleven de viaje, que ya tendré tiempo de pasear tranquilamente por las calles cuando sea mayor.

Firmado:

El Volkswagen Passat que ha llevado a Javi, Naima, Antonio, Celia y Lucas a recorrer Túnez en las navidades de 2012.

Turismo de interior

Hay una cosa que me fastidia mucho de la situación actual de Libia y es no poder moverme por el país. La recomendación es no alejarse más de 30 kms. de Trípoli, lo cual limita bastante las posibilidades de conocer lo que hay por aquí. Este país es muy grande (España x3) y tiene sitios que merecen mucho la pena, a lo que se podría añadir que, por lo difícil que es entrar, cada visita hecha por aquí tiene cierta “exclusividad”, ese concepto tan valorado hoy en día y del que goza cada centímetro cuadrado del poco conocido suelo libio. A mí la verdad que esto me trae sin cuidado y no voy a considerarlo un valor añadido, pero objetivamente es cierto que no hay mucha gente (occidental) que haya puesto los pies por donde lo vamos haciendo nosotros ahora.

Por concretar, al hablar de los lugares interesantes para visitar en Libia, me estoy refiriendo al desierto y las ruinas romanas y griegas. Por el lado de las ruinas, quienes las han visto dicen que son una pasada, nada que envidiar a las que se puedan encontrar en la misma Italia o Grecia. En cuanto a lo atractivo, curioso e interesante que supone el desierto en general (o al menos así me lo parece a mí) se unen las opiniones que he escuchado sobre la parte del Sáhara que le toca a Libia, y que vienen a decir que aquí se puede ver posiblemente uno de los desiertos más espectaculares del mundo, cuyas enormes dunas hacen que pasar por el desierto de otros lugares quizá más mediáticos como Dubai, después de haber visto este, produzca cierta sensación de vacío, como que sabe a poco. El Sáhara es enorme, alcanza muchos países, pero en su mayoría no se compone de arena y dunas sino de grava. En Libia esto no se cumple y las dunas son famosas por su espectacularidad así que parece el mejor país para disfrutarlo. Todo esto hace que el no poder ir a ver el desierto de Libia me produzca enormes cantidades de fastidio y frustración. Solo queda esperar que en los próximos meses las cosas cambien (inshalláh), la seguridad mejore y pueda dar mi propia opinión sobre el desierto libio. De momento, es territorio de milicias y conflictos tribales, de contrabando…tierra de nadie, en la que manda el más fuerte, o más bien, el más armado.

Pero a pesar de todo, a veces parece que se ve la luz al final del túnel (inshalláh), o al menos, llegan algunos reflejos. Hace un par de semanas nos dejaron caer que con precaución, ya hay zonas a las que se puede ir, así que nos animamos a hacer una pequeña escapada y salir de Trípoli. Contactamos con Mohamed, un libio de algo más de 50 años, muy simpático, y en su monovolumen Hyundai (las marcas de coches europeas -salvo las alemanas- no gustan en Libia, el 70% de los coches son de marca asiática, porque los consideran los más fáciles de reparar en ausencia de servicio oficial y los mejores en relación calidad-precio) nos fuimos a ver las ruinas romanas de Sabratha. Cogimos una autopista que va hacia el oeste y termina en la frontera con Túnez y en una hora nos plantamos en nuestro destino, el cual es recomendable visitar antes que otros lugares pues son las ruinas menos espectaculares del país, un mero «aperitivo».

El terreno que nos rodea al salir de la ciudad, con excepción de alguna zona de árboles, es más bien seco (sorprendidos, ¿verdad?), con grava, tierra, piedras, y por supuesto, arena, el ingrediente que no falta en ningún rincón del paisaje libio. En el margen de la carretera, la arena se mezcla con un asfalto gastado y descolorido en el que a veces se adivinan unas líneas que algún día dibujaron los carriles. La carretera es como una alfombra gastada, finita, que se ha extendido procurando un trazado lo más recto posible. No hay cuestas -aún no he visto una en Libia- y apenas curvas. Los márgenes también son el lugar donde se sitúan varios puestos de comida/restaurantes turcos y puestos de fruta en dos formatos: especie de caseta con paredes de plástico o coches pick-up con todo su espacio trasero lleno de, por ejemplo, naranjas. Hemos atravesado alguna población antes de llegar, y desde luego impresiona el estado de sus calles; la guerra en Libia tenía muy poco de sofisticada y hasta la intervención de la OTAN (a la que no se permitió pisar tierra, solo ayudar desde el aire) se combatía pueblo por pueblo, cuerpo a cuerpo, peleando por cada calle. Y las secuelas de estos combates están ahí, no hay que buscarlas: si en Trípoli hay fachadas salpicadas por metralla, en las poblaciones de alrededor hay edificios literalmente cosidos a balazos, consumidos por un incendio o reducidos a escombros. A pesar de ello, ya se hace vida con normalidad (inshalláh), aunque el decorado haga más difícil aún la tarea de olvidar la pesadilla de los combates. Curiosidades del camino han sido pasar bajo un arco que hacía de punto de control, y que estaba formado por contenedores de transporte de mercancías (es como si hacéis un arco con los típicos ladrillos de Lego, solo que se trata de contenedores metálicos con unas dimensiones aproximadas de 5,8 metros de largo por 2,3 de ancho y alto…queda curioso, la verdad) o adelantar un coche con una familia entera dentro y conducido por un chaval de gesto confiado que, siendo generoso, diría que no pasaba de los 16 años de edad.

Volviendo al tema de las ruinas, mi ignorancia me impide describirlas con un mínimo de conocimiento sobre la materia, y en cualquier caso y evidentemente, lo mejor es verlas. Con cuenta gotas voy subiendo fotos a una galería a la que podéis acceder desde aquí mismo (arriba a la derecha, en esta misma página, tenéis la entrada) y en la que he dejado alguna foto del lugar, con la etiqueta “sabratha”.

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Y tras este breve párrafo de sutil autopromoción fotográfica, y pidiendo de antemano disculpas por la calidad de las fotos, decir que desde mi humilde opinión, las ruinas de Sabratha molan. Y no anda desacertado el que las concede gran valor; la Unesco las considera Patrimonio de la humanidad. Hay un teatro bien grande, restos de baños, un montón de columnas, arcos y restos de otras construcciones que se extienden por la costa apurando hasta el límite con el mar y demostrando que si algo había y hay en este país, es extensión de terreno libre.

Primera vez que salimos de Trípoli y tenemos algo parecido al ocio, eso que en Libia brilla por su ausencia. Ya podemos hacer la primera crucecita en la lista de lugares por visitar, y para ser el aperitivo, no está nada mal, la verdad. Con suerte, podré hacer más cruces y hablaros de unos cuantos sitios (inshalláh), pero toca tener paciencia e ir poco a poco.

Por cierto, que “inshalláh” significa algo así como “ojalá” y equivale a la expresión “si dios quiere”. Se utiliza muy a menudo para terminar cualquier frase, lo mismo da si se habla de algo poco probable que ocurra que si se trata ya casi de un hecho. Hay veces que queda muy bonito y gusta oírlo; otras, cuando pagas una buena cantidad de dinero por adelantado y te vienen a decir que pronto llegará la contraprestación, inshalláh, te toca un poco las narices…¿Inshalláh? ¿¡Cómo que inshalláh!? Jajaja cosas de la cultura local, no hay problema, nadie nos ha fallado hasta ahora.

Home, sweet home

Ashid, un libio muy simpático que nos ayuda con cualquier cosa que necesitemos, va al volante. Se mueve con soltura por la jungla del tráfico tripolitano, y mientras él ni se inmuta, nosotros, recién llegados, no podemos abandonar la sensación de asombro que te provoca circular por esta ciudad. Nos salimos de la avenida de Fashlum y cogemos una de esas calles sucias y sin asfaltar. Pasamos dos calles más, un cruce en el que hay una mezquita y tras un par de giros,  aparcamos delante de una casa grande, de tres plantas. Por fuera está sin pintar, es color gris oscuro, como si el cemento estuviera permanentemente húmedo. En la puerta nos recibe el amable señor Milad, un hombre mayor, profesor de contabilidad en la universidad de Trípoli, y que se acabará convirtiendo en nuestro casero.

Vamos a ver el tercer piso; en el primero viven Milad y su familia y la segunda planta la ocupa un empleado de la embajada de Azerbayán, con su mujer y un crío de 3-4 años muy gracioso, menudo, con el pelo largo y revuelto. En el rellano de cada planta, un enorme zapatero a las puertas del apartamento (muy sensato para no meter en casa más arena de la que ya se cuela por cualquier rendija). Últimos peldaños, puerta de madera, cerradura antigua, et voilá, bienvenidos a la república independiente mi casa:

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Tenemos de todo. Proyector en el salón (una idea cojonuda), nevera americana (de esas que tienen dentro un enano que hace cubitos de hielo, y luego tú solo tienes que apretar un botón mientras sujetas el vaso), lavavajillas (que no usamos), secadora llena de trastos (yo acabo de llegar, preguntar al señor Milad…), aire acondicionado (imprescindible dentro de unos meses) y mascotas, 10 peces que no paran quietos en una pecera de por lo menos metro y medio de largo. Salón y cocina son lo más interesante. El resto no tiene gran cosa; como toda la casa, las dos habitaciones son muy grandes, y todo a escala: cada una tiene un armario enorme que cubre prácticamente una pared entera y llega casi del suelo al techo, las camas también son grandes, y todavía sobra espacio –ocupado con una alfombra– para meter otra cama igual sin problemas. El baño, contra todo pronóstico (nótese aquí la ironía) también es grande.

Estas son las vistas desde la terraza de la cocina:

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Para mí, nuestra casa es otro ejemplo de los contrastes que se pueden ver en Trípoli. Quizá exagere, pero la calle de la foto (que ha salido muy favorecida, prometo que en directo pierde) es la mejor de las que rodean la casa, y la verdad es que me resulta sorprendente ir por calles así y luego encontrarme casas tan pintonas por dentro. Sin embargo, aunque no todos los pisos son así, que ocurra esto aquí no es raro. Fuimos a ver varias casas, y en más de una tuvimos la misma sorpresa. Las calles están hechas una pena, sobretodo porque durante la dictadura el régimen no dedicaba un duro a nada que fuera público, así que creo que las ganas de sentirse a gusto y vivir en un espacio bonito junto con la costumbre de hacer mucha vida en casa son la explicación de porqué se curran tanto las casas. Un último detalle que también podría tener algo que ver es que muchas veces las manos que estrechas cuando saludas al casero son las mismas que pusieron los ladrillos…

Los precios de la vivienda han subido mucho en Trípoli desde la guerra porque es la ciudad más segura del país, y mucha gente está viniendo a vivir aquí (entre 1 y 1,5 millones de habitantes). Esto, inevitablemente, nos lleva a la famosa ley de la oferta y la demanda…y dada la situación, toca aprovechar y hacer caja. Como mínimo, aunque el piso o la zona fueran peor que el nuestro, nos cobraban 1.500 dinares, que es lo que pagamos aquí (vienen a ser unos 920 euros). Pretendíamos algo más barato y sencillo, pero visto el panorama y las opciones posibles, este “pisito” fue nuestra elección.

El lado negativo de esta casa es no poder compartirla con familia ni amigos. “¡Es perfecta para invitaros a todos!” fue lo primero que pensé al entrar con las maletas por la puerta… ¿Para qué quieres esta casa solo para ti? Bueno sí, para estar a gusto. Pero sólo si la puedes disfrutar con los demás es cuando realmente tienes una casa genial. Así que lo dejaré en que el piso, a día de hoy, es chulo, pero salvo que vengáis, nunca será genial de verdad.

De nuevo, bienvenid@s.

Libia, km.0

El 17 de febrero de 2011 comenzó en Libia el fenómeno de la Primavera Árabe, revolución social que consiguió poner fin a 42 años de dictadura. Quitarse de encima un régimen tan autoritario es algo que sin duda debe aliviar, y mucho, a quien lo sufre, pero crear un nuevo orden no es tarea fácil, y en ello anda el país en estos momentos, en pleno proceso de transición.

La situación actual no es buena, como supongo que corresponde después de una dictadura y una guerra civil. Pero la gente se encuentra mejor. Se  alegran, y mucho, del cambio, como reflejan las numerosas pintadas en los muros de la ciudad. Sin embargo, también están preocupados por el futuro: el paro y la inflación están castigando a una población que se pregunta cuándo comenzará su país a despegar hacia una democracia hasta ahora utópica.

En una época de postguerra, todo es anárquico y desordenado. Las secuelas del conflicto son las marcas de metralla en algunas fachadas, coches que circulan sin matrícula, construcciones a medio terminar, locales dañados. En el supermercado, donde se puede encontrar prácticamente de todo, hay que tener cuidado con la fecha de caducidad, pues aún se venden algunos productos recuperados de los meses de conflicto, y no es raro que estén caducados. Pero también están los comercios que ya funcionan y nos recuerdan que los peores momentos ya pasaron: ahí están las tiendas de construcción, de decoración, de dulces y pan, los diminutos locales donde comprar tabaco, tiendas de perfumes donde no se habla de marcas sino de cómo quieres que te hagan el perfume, los kebabs, las tiendas de alfombras, llenas de telas y con una clásica máquina de coser por mostrador…y por supuesto, tiendas de móviles, muchas, llenas de smartphones.

El clima también parece alterado. En esta época del año aquí es tiempo de lluvias. Sí, de lluvias. Aunque el país sea en su mayoría desierto, aquí llueve, y los dos días que lo ha hecho, cae con ganas. Pero debería estar lloviendo más, y deberíamos tener menos de los 20-25 grados de estos días.

Cuando llueve, en la zona donde vivimos (el barrio de Ben Ashur), la mayoría de las calles –sin asfaltar– se llenan de barro y charcos. En muchas zonas de la ciudad es así: las “arterias” de la ciudad son calles rectas, de un carril y asfaltadas, mientras que las “venas” son calles desordenadas de tierra en las que se han construido las casas, de dos y tres plantas. Desconozco el motivo de no asfaltar todas las calles con todo lo que usan el coche (llenar el depósito de un turismo cuesta 5 dinares, es decir, 3 euros) pero no es cuestión de nivel económico; en esas calles de tierra se encuentran desde colegios o sencillas viviendas hasta embajadas o casas que en Madrid situaríamos en los mejores barrios.

Esto, de momento, es lo que se ve en la calle. Luego están la precariedad de susituación política, la necesidad de reactivar y diversificar la economía, la incertidumbre sobre el nivel de seguridad y un largo etcétera. La otra cara de la moneda, sin embargo, invita al optimismo: se trata de un país que cuenta con grandes y valiosas reservas de hidrocarburos, que no necesita de financiación externa y que cuenta con buenas previsiones económicas para los próximos años de organismos como el FMI.

Carencias y recursos. Todo por hacer. Lo dicho: Libia, km. 0.

Primeros días en mi nuevo mundo

La primera impresión que tienes cuando aterrizas en Libia es, sin duda, que has cambiado de mundo. Tratas de comparar, de identificar las diferencias, pero pronto te das cuenta de que es una tarea poco efectiva. Simplemente, ocurre que has hecho algo más que cambiar de país y lo mejor que puedes hacer, tanto por las cosas buenas como por las malas, es dejar a un lado (que no olvidar) tu anterior forma de vida, abrir bien ojos y oídos, y tratar de comprender.

Entrar en Libia no es fácil hoy en día, el país se encuentra en una situación de transición, de postguerra, y eso hace que el acceso al país sea muy restringido: es necesario disponer de visado, y obtener el mismo, salvo por trabajo, es una tarea bastante complicada. Así que aquí estamos, yo y mi compañero Antonio -más conocido como «El Chacho» por sus raíces canarias- destinados a trabajar para el ICEX en Trípoli, la capital libia, hasta diciembre de 2013.

Ya llevamos tres días aquí y el cambio ha sido muy grande. Desde el avión, cerca de aterrizar, se veía una tierra absolutamente plana, dividida en pequeñas parcelas de idéntico tamaño, como una hoja cuadriculada que has ido pintando con un rotulador: un cuadrito verde, uno marrón, dos más verdes, otro marrón. Libia es 3,5 veces la superficie de España, y tan solo cuenta con 6 millones de habitantes, que viven sobre todo en las ciudades de la costa (1.700 kms de costa sobre el Mediterráneo).

Tripoli, situada al oeste, cerca de Túnez y debajo de Malta, es una ciudad caótica: el tráfico es un infierno en el que no existen las normas, en sentido literal. Circular por aquí es como montar en los coches de choque: vas esquivando obstáculos hasta llegar a tu destino, haciendo auténticas locuras sin que nadie se inmute. De momento la gente es amable, les gusta charlar y fuman como carreteros. Les encanta el fútbol y por supuesto, el Real Madrid, el Barcelona y la Selección. Entre la falta de limpieza, el mar, y la arena, se puede decir que la ciudad está deteriorada , con muchas calles sin asfaltar y sucias, y durante la búsqueda de piso te sorprende lo que luego encuentras dentro de los edificios: pisos enormes, decorados al estilo occidental y perfectamente equipados.

Hasta que consigamos piso, arreglar papeleos y demás, las primeras impresiones no dan para más. En cuanto empecemos a hacer vida normal seguro que habrá mucho más que contar.

Besos desde Trípoli.

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