Hay una cosa que me fastidia mucho de la situación actual de Libia y es no poder moverme por el país. La recomendación es no alejarse más de 30 kms. de Trípoli, lo cual limita bastante las posibilidades de conocer lo que hay por aquí. Este país es muy grande (España x3) y tiene sitios que merecen mucho la pena, a lo que se podría añadir que, por lo difícil que es entrar, cada visita hecha por aquí tiene cierta “exclusividad”, ese concepto tan valorado hoy en día y del que goza cada centímetro cuadrado del poco conocido suelo libio. A mí la verdad que esto me trae sin cuidado y no voy a considerarlo un valor añadido, pero objetivamente es cierto que no hay mucha gente (occidental) que haya puesto los pies por donde lo vamos haciendo nosotros ahora.
Por concretar, al hablar de los lugares interesantes para visitar en Libia, me estoy refiriendo al desierto y las ruinas romanas y griegas. Por el lado de las ruinas, quienes las han visto dicen que son una pasada, nada que envidiar a las que se puedan encontrar en la misma Italia o Grecia. En cuanto a lo atractivo, curioso e interesante que supone el desierto en general (o al menos así me lo parece a mí) se unen las opiniones que he escuchado sobre la parte del Sáhara que le toca a Libia, y que vienen a decir que aquí se puede ver posiblemente uno de los desiertos más espectaculares del mundo, cuyas enormes dunas hacen que pasar por el desierto de otros lugares quizá más mediáticos como Dubai, después de haber visto este, produzca cierta sensación de vacío, como que sabe a poco. El Sáhara es enorme, alcanza muchos países, pero en su mayoría no se compone de arena y dunas sino de grava. En Libia esto no se cumple y las dunas son famosas por su espectacularidad así que parece el mejor país para disfrutarlo. Todo esto hace que el no poder ir a ver el desierto de Libia me produzca enormes cantidades de fastidio y frustración. Solo queda esperar que en los próximos meses las cosas cambien (inshalláh), la seguridad mejore y pueda dar mi propia opinión sobre el desierto libio. De momento, es territorio de milicias y conflictos tribales, de contrabando…tierra de nadie, en la que manda el más fuerte, o más bien, el más armado.
Pero a pesar de todo, a veces parece que se ve la luz al final del túnel (inshalláh), o al menos, llegan algunos reflejos. Hace un par de semanas nos dejaron caer que con precaución, ya hay zonas a las que se puede ir, así que nos animamos a hacer una pequeña escapada y salir de Trípoli. Contactamos con Mohamed, un libio de algo más de 50 años, muy simpático, y en su monovolumen Hyundai (las marcas de coches europeas -salvo las alemanas- no gustan en Libia, el 70% de los coches son de marca asiática, porque los consideran los más fáciles de reparar en ausencia de servicio oficial y los mejores en relación calidad-precio) nos fuimos a ver las ruinas romanas de Sabratha. Cogimos una autopista que va hacia el oeste y termina en la frontera con Túnez y en una hora nos plantamos en nuestro destino, el cual es recomendable visitar antes que otros lugares pues son las ruinas menos espectaculares del país, un mero «aperitivo».
El terreno que nos rodea al salir de la ciudad, con excepción de alguna zona de árboles, es más bien seco (sorprendidos, ¿verdad?), con grava, tierra, piedras, y por supuesto, arena, el ingrediente que no falta en ningún rincón del paisaje libio. En el margen de la carretera, la arena se mezcla con un asfalto gastado y descolorido en el que a veces se adivinan unas líneas que algún día dibujaron los carriles. La carretera es como una alfombra gastada, finita, que se ha extendido procurando un trazado lo más recto posible. No hay cuestas -aún no he visto una en Libia- y apenas curvas. Los márgenes también son el lugar donde se sitúan varios puestos de comida/restaurantes turcos y puestos de fruta en dos formatos: especie de caseta con paredes de plástico o coches pick-up con todo su espacio trasero lleno de, por ejemplo, naranjas. Hemos atravesado alguna población antes de llegar, y desde luego impresiona el estado de sus calles; la guerra en Libia tenía muy poco de sofisticada y hasta la intervención de la OTAN (a la que no se permitió pisar tierra, solo ayudar desde el aire) se combatía pueblo por pueblo, cuerpo a cuerpo, peleando por cada calle. Y las secuelas de estos combates están ahí, no hay que buscarlas: si en Trípoli hay fachadas salpicadas por metralla, en las poblaciones de alrededor hay edificios literalmente cosidos a balazos, consumidos por un incendio o reducidos a escombros. A pesar de ello, ya se hace vida con normalidad (inshalláh), aunque el decorado haga más difícil aún la tarea de olvidar la pesadilla de los combates. Curiosidades del camino han sido pasar bajo un arco que hacía de punto de control, y que estaba formado por contenedores de transporte de mercancías (es como si hacéis un arco con los típicos ladrillos de Lego, solo que se trata de contenedores metálicos con unas dimensiones aproximadas de 5,8 metros de largo por 2,3 de ancho y alto…queda curioso, la verdad) o adelantar un coche con una familia entera dentro y conducido por un chaval de gesto confiado que, siendo generoso, diría que no pasaba de los 16 años de edad.
Volviendo al tema de las ruinas, mi ignorancia me impide describirlas con un mínimo de conocimiento sobre la materia, y en cualquier caso y evidentemente, lo mejor es verlas. Con cuenta gotas voy subiendo fotos a una galería a la que podéis acceder desde aquí mismo (arriba a la derecha, en esta misma página, tenéis la entrada) y en la que he dejado alguna foto del lugar, con la etiqueta “sabratha”.
Y tras este breve párrafo de sutil autopromoción fotográfica, y pidiendo de antemano disculpas por la calidad de las fotos, decir que desde mi humilde opinión, las ruinas de Sabratha molan. Y no anda desacertado el que las concede gran valor; la Unesco las considera Patrimonio de la humanidad. Hay un teatro bien grande, restos de baños, un montón de columnas, arcos y restos de otras construcciones que se extienden por la costa apurando hasta el límite con el mar y demostrando que si algo había y hay en este país, es extensión de terreno libre.
Primera vez que salimos de Trípoli y tenemos algo parecido al ocio, eso que en Libia brilla por su ausencia. Ya podemos hacer la primera crucecita en la lista de lugares por visitar, y para ser el aperitivo, no está nada mal, la verdad. Con suerte, podré hacer más cruces y hablaros de unos cuantos sitios (inshalláh), pero toca tener paciencia e ir poco a poco.
Por cierto, que “inshalláh” significa algo así como “ojalá” y equivale a la expresión “si dios quiere”. Se utiliza muy a menudo para terminar cualquier frase, lo mismo da si se habla de algo poco probable que ocurra que si se trata ya casi de un hecho. Hay veces que queda muy bonito y gusta oírlo; otras, cuando pagas una buena cantidad de dinero por adelantado y te vienen a decir que pronto llegará la contraprestación, inshalláh, te toca un poco las narices…¿Inshalláh? ¿¡Cómo que inshalláh!? Jajaja cosas de la cultura local, no hay problema, nadie nos ha fallado hasta ahora.