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Los días de un madrileño por la capital de Libia

Archivar para el mes “diciembre, 2012”

Turismo de interior

Hay una cosa que me fastidia mucho de la situación actual de Libia y es no poder moverme por el país. La recomendación es no alejarse más de 30 kms. de Trípoli, lo cual limita bastante las posibilidades de conocer lo que hay por aquí. Este país es muy grande (España x3) y tiene sitios que merecen mucho la pena, a lo que se podría añadir que, por lo difícil que es entrar, cada visita hecha por aquí tiene cierta “exclusividad”, ese concepto tan valorado hoy en día y del que goza cada centímetro cuadrado del poco conocido suelo libio. A mí la verdad que esto me trae sin cuidado y no voy a considerarlo un valor añadido, pero objetivamente es cierto que no hay mucha gente (occidental) que haya puesto los pies por donde lo vamos haciendo nosotros ahora.

Por concretar, al hablar de los lugares interesantes para visitar en Libia, me estoy refiriendo al desierto y las ruinas romanas y griegas. Por el lado de las ruinas, quienes las han visto dicen que son una pasada, nada que envidiar a las que se puedan encontrar en la misma Italia o Grecia. En cuanto a lo atractivo, curioso e interesante que supone el desierto en general (o al menos así me lo parece a mí) se unen las opiniones que he escuchado sobre la parte del Sáhara que le toca a Libia, y que vienen a decir que aquí se puede ver posiblemente uno de los desiertos más espectaculares del mundo, cuyas enormes dunas hacen que pasar por el desierto de otros lugares quizá más mediáticos como Dubai, después de haber visto este, produzca cierta sensación de vacío, como que sabe a poco. El Sáhara es enorme, alcanza muchos países, pero en su mayoría no se compone de arena y dunas sino de grava. En Libia esto no se cumple y las dunas son famosas por su espectacularidad así que parece el mejor país para disfrutarlo. Todo esto hace que el no poder ir a ver el desierto de Libia me produzca enormes cantidades de fastidio y frustración. Solo queda esperar que en los próximos meses las cosas cambien (inshalláh), la seguridad mejore y pueda dar mi propia opinión sobre el desierto libio. De momento, es territorio de milicias y conflictos tribales, de contrabando…tierra de nadie, en la que manda el más fuerte, o más bien, el más armado.

Pero a pesar de todo, a veces parece que se ve la luz al final del túnel (inshalláh), o al menos, llegan algunos reflejos. Hace un par de semanas nos dejaron caer que con precaución, ya hay zonas a las que se puede ir, así que nos animamos a hacer una pequeña escapada y salir de Trípoli. Contactamos con Mohamed, un libio de algo más de 50 años, muy simpático, y en su monovolumen Hyundai (las marcas de coches europeas -salvo las alemanas- no gustan en Libia, el 70% de los coches son de marca asiática, porque los consideran los más fáciles de reparar en ausencia de servicio oficial y los mejores en relación calidad-precio) nos fuimos a ver las ruinas romanas de Sabratha. Cogimos una autopista que va hacia el oeste y termina en la frontera con Túnez y en una hora nos plantamos en nuestro destino, el cual es recomendable visitar antes que otros lugares pues son las ruinas menos espectaculares del país, un mero «aperitivo».

El terreno que nos rodea al salir de la ciudad, con excepción de alguna zona de árboles, es más bien seco (sorprendidos, ¿verdad?), con grava, tierra, piedras, y por supuesto, arena, el ingrediente que no falta en ningún rincón del paisaje libio. En el margen de la carretera, la arena se mezcla con un asfalto gastado y descolorido en el que a veces se adivinan unas líneas que algún día dibujaron los carriles. La carretera es como una alfombra gastada, finita, que se ha extendido procurando un trazado lo más recto posible. No hay cuestas -aún no he visto una en Libia- y apenas curvas. Los márgenes también son el lugar donde se sitúan varios puestos de comida/restaurantes turcos y puestos de fruta en dos formatos: especie de caseta con paredes de plástico o coches pick-up con todo su espacio trasero lleno de, por ejemplo, naranjas. Hemos atravesado alguna población antes de llegar, y desde luego impresiona el estado de sus calles; la guerra en Libia tenía muy poco de sofisticada y hasta la intervención de la OTAN (a la que no se permitió pisar tierra, solo ayudar desde el aire) se combatía pueblo por pueblo, cuerpo a cuerpo, peleando por cada calle. Y las secuelas de estos combates están ahí, no hay que buscarlas: si en Trípoli hay fachadas salpicadas por metralla, en las poblaciones de alrededor hay edificios literalmente cosidos a balazos, consumidos por un incendio o reducidos a escombros. A pesar de ello, ya se hace vida con normalidad (inshalláh), aunque el decorado haga más difícil aún la tarea de olvidar la pesadilla de los combates. Curiosidades del camino han sido pasar bajo un arco que hacía de punto de control, y que estaba formado por contenedores de transporte de mercancías (es como si hacéis un arco con los típicos ladrillos de Lego, solo que se trata de contenedores metálicos con unas dimensiones aproximadas de 5,8 metros de largo por 2,3 de ancho y alto…queda curioso, la verdad) o adelantar un coche con una familia entera dentro y conducido por un chaval de gesto confiado que, siendo generoso, diría que no pasaba de los 16 años de edad.

Volviendo al tema de las ruinas, mi ignorancia me impide describirlas con un mínimo de conocimiento sobre la materia, y en cualquier caso y evidentemente, lo mejor es verlas. Con cuenta gotas voy subiendo fotos a una galería a la que podéis acceder desde aquí mismo (arriba a la derecha, en esta misma página, tenéis la entrada) y en la que he dejado alguna foto del lugar, con la etiqueta “sabratha”.

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Y tras este breve párrafo de sutil autopromoción fotográfica, y pidiendo de antemano disculpas por la calidad de las fotos, decir que desde mi humilde opinión, las ruinas de Sabratha molan. Y no anda desacertado el que las concede gran valor; la Unesco las considera Patrimonio de la humanidad. Hay un teatro bien grande, restos de baños, un montón de columnas, arcos y restos de otras construcciones que se extienden por la costa apurando hasta el límite con el mar y demostrando que si algo había y hay en este país, es extensión de terreno libre.

Primera vez que salimos de Trípoli y tenemos algo parecido al ocio, eso que en Libia brilla por su ausencia. Ya podemos hacer la primera crucecita en la lista de lugares por visitar, y para ser el aperitivo, no está nada mal, la verdad. Con suerte, podré hacer más cruces y hablaros de unos cuantos sitios (inshalláh), pero toca tener paciencia e ir poco a poco.

Por cierto, que “inshalláh” significa algo así como “ojalá” y equivale a la expresión “si dios quiere”. Se utiliza muy a menudo para terminar cualquier frase, lo mismo da si se habla de algo poco probable que ocurra que si se trata ya casi de un hecho. Hay veces que queda muy bonito y gusta oírlo; otras, cuando pagas una buena cantidad de dinero por adelantado y te vienen a decir que pronto llegará la contraprestación, inshalláh, te toca un poco las narices…¿Inshalláh? ¿¡Cómo que inshalláh!? Jajaja cosas de la cultura local, no hay problema, nadie nos ha fallado hasta ahora.

Home, sweet home

Ashid, un libio muy simpático que nos ayuda con cualquier cosa que necesitemos, va al volante. Se mueve con soltura por la jungla del tráfico tripolitano, y mientras él ni se inmuta, nosotros, recién llegados, no podemos abandonar la sensación de asombro que te provoca circular por esta ciudad. Nos salimos de la avenida de Fashlum y cogemos una de esas calles sucias y sin asfaltar. Pasamos dos calles más, un cruce en el que hay una mezquita y tras un par de giros,  aparcamos delante de una casa grande, de tres plantas. Por fuera está sin pintar, es color gris oscuro, como si el cemento estuviera permanentemente húmedo. En la puerta nos recibe el amable señor Milad, un hombre mayor, profesor de contabilidad en la universidad de Trípoli, y que se acabará convirtiendo en nuestro casero.

Vamos a ver el tercer piso; en el primero viven Milad y su familia y la segunda planta la ocupa un empleado de la embajada de Azerbayán, con su mujer y un crío de 3-4 años muy gracioso, menudo, con el pelo largo y revuelto. En el rellano de cada planta, un enorme zapatero a las puertas del apartamento (muy sensato para no meter en casa más arena de la que ya se cuela por cualquier rendija). Últimos peldaños, puerta de madera, cerradura antigua, et voilá, bienvenidos a la república independiente mi casa:

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Tenemos de todo. Proyector en el salón (una idea cojonuda), nevera americana (de esas que tienen dentro un enano que hace cubitos de hielo, y luego tú solo tienes que apretar un botón mientras sujetas el vaso), lavavajillas (que no usamos), secadora llena de trastos (yo acabo de llegar, preguntar al señor Milad…), aire acondicionado (imprescindible dentro de unos meses) y mascotas, 10 peces que no paran quietos en una pecera de por lo menos metro y medio de largo. Salón y cocina son lo más interesante. El resto no tiene gran cosa; como toda la casa, las dos habitaciones son muy grandes, y todo a escala: cada una tiene un armario enorme que cubre prácticamente una pared entera y llega casi del suelo al techo, las camas también son grandes, y todavía sobra espacio –ocupado con una alfombra– para meter otra cama igual sin problemas. El baño, contra todo pronóstico (nótese aquí la ironía) también es grande.

Estas son las vistas desde la terraza de la cocina:

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Para mí, nuestra casa es otro ejemplo de los contrastes que se pueden ver en Trípoli. Quizá exagere, pero la calle de la foto (que ha salido muy favorecida, prometo que en directo pierde) es la mejor de las que rodean la casa, y la verdad es que me resulta sorprendente ir por calles así y luego encontrarme casas tan pintonas por dentro. Sin embargo, aunque no todos los pisos son así, que ocurra esto aquí no es raro. Fuimos a ver varias casas, y en más de una tuvimos la misma sorpresa. Las calles están hechas una pena, sobretodo porque durante la dictadura el régimen no dedicaba un duro a nada que fuera público, así que creo que las ganas de sentirse a gusto y vivir en un espacio bonito junto con la costumbre de hacer mucha vida en casa son la explicación de porqué se curran tanto las casas. Un último detalle que también podría tener algo que ver es que muchas veces las manos que estrechas cuando saludas al casero son las mismas que pusieron los ladrillos…

Los precios de la vivienda han subido mucho en Trípoli desde la guerra porque es la ciudad más segura del país, y mucha gente está viniendo a vivir aquí (entre 1 y 1,5 millones de habitantes). Esto, inevitablemente, nos lleva a la famosa ley de la oferta y la demanda…y dada la situación, toca aprovechar y hacer caja. Como mínimo, aunque el piso o la zona fueran peor que el nuestro, nos cobraban 1.500 dinares, que es lo que pagamos aquí (vienen a ser unos 920 euros). Pretendíamos algo más barato y sencillo, pero visto el panorama y las opciones posibles, este “pisito” fue nuestra elección.

El lado negativo de esta casa es no poder compartirla con familia ni amigos. “¡Es perfecta para invitaros a todos!” fue lo primero que pensé al entrar con las maletas por la puerta… ¿Para qué quieres esta casa solo para ti? Bueno sí, para estar a gusto. Pero sólo si la puedes disfrutar con los demás es cuando realmente tienes una casa genial. Así que lo dejaré en que el piso, a día de hoy, es chulo, pero salvo que vengáis, nunca será genial de verdad.

De nuevo, bienvenid@s.

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